El sábado pasado, los jóvenes de la parroquia de Santa Joaquina de vedruna, en proceso de confirmación y 3 de ellos que han confirmado, realizaron la primera convivencia de adviento en la ermita Virgen de Gracia de Vila-real.
Estuvieron reflexionando, a través de dinámica, los 4 domingos de navidad. En esa convivencia tuvimos la oportunidad de estar acompañados por 4 jóvenes de la parroquia Santos Evangelistas, que forman parte del grupo de Jóvenes en Acción Santos Evangelistas (JEA) que nos explicaron como nacieron como grupo, y que actividades realizan en la parroquia.
Concluimos nuestra convivencia con una eucaristía en la ermita de la Virgen de Gracia, y una merienda que trajeron los padres.
Cabe agradecer el ayuntamiento de vila-real por la ayuda que sigue aportando a nuestra parroquia, para poner tener un espacio para realizar sus actividades.
La idea de ir formalizando un grupo parroquial esta teniendo forma y pronto tendremos novedades.
El Año Jubilar nos ofrece la gracia de acrecentar y fortalecer la corresponsabilidad de todos los que pertenecemos a esta Iglesia diocesana en su vida y misión, cada uno según su vocación, ministerio y carismas que ha recibido (episcopal, presbiteral, diaconal, vida consagrada, matrimonial y laical), acogiéndonos fraternalmente para caminar juntos (sinodalidad) al servicio de la misión de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón.
Nuestra Iglesia diocesana no existe para sí misma, sino para la misión. Ha sido convocada para ser enviada a evangelizar. La evangelización es su dicha, vocación e identidad más profunda. La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). El Señor nos manda dos cosas: “Id” y “haced”. Hemos de salir con una finalidad bien precisa: Hacer discípulos del Señor mediante el anuncio, el bautismo y una vida conforme a lo que Jesús ha enseñado y mandado. Estamos llamados a ponernos en estado de misión y comprometernos en el anuncio del Evangelio, que lleve al encuentro personal con Jesucristo y da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
El Señor nos envía a salir a todos los ambientes en que se mueven y trabajan los hombres y mujeres de hoy para llevar la alegría del Evangelio, que cura y sana las heridas, libera y salva, transforma a las personas y las estructuras. La Buena Noticia es para todos; nadie está excluido. Todas las personas son destinatarias del Evangelio. Esto hay que tenerlo presente en la vida individual, familiar, laboral, social, cultural o pública; en la vida parroquial y en la tarea pastoral ordinaria, que se realiza en las comunidades cristianas, para que lleguen a ser verdaderas comunidades de discípulos misioneros del Señor
Para salir a la misión, hemos de abrir nuestros corazones a una nueva efusión del Espíritu Santo, que nos enseña, renueva, fortalece y alienta a la misión. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia en su vida y en su misión. Él es el Maestro interior, que nos enseña a escuchar la voz del Resucitado, a seguirlo y a ser sus discípulos misioneros. Él es la memoria viviente de Jesús en la Iglesia, que recuerda y actualiza todo lo que Él dijo e hizo. El Espíritu Santo nos guía “hasta la verdad plena” (Jn 16, 13) y nos introduce en la verdad y en la belleza del evento de la salvación, la muerte y la resurrección de Jesús, como la expresión suprema del amor de Dios. Y esta realidad se convierte en Buena Noticia que ha de ser anunciada a todos.
Necesitamos pasar de una mera pastoral conformista a una pastoral de la misión para que Jesucristo y su Evangelio lleguen a todos -comenzando por los bautizados- y a todos los ámbitos de la vida y de la sociedad. Es el momento de superar la rutina, la inercia, la tibieza, el anquilosamiento, los miedos y desalientos. Esto presupone siempre la conversión personal y la renovación espiritual de pastores, catequistas, profesores de religión, padres y familias cristianas y fieles, en general. Sólo así podremos ser evangelizadores con Espíritu.
La Iglesia tiene la tarea de conducir a las personas al encuentro con Jesús, de modo de despertar y hacer crecer en ellos la adhesión y el seguimiento propios de la fe. Hemos encontrado esta realidad formulada en muchas páginas de los textos conciliares del Vaticano II, al explicarnos la Iglesia como pueblo de Dios: “Quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (LG, 9). Por tanto, la Iglesia no existe para sí misma sino para el mundo, con el fin de transformarlo en reino de Dios. En este año jubilar es el momento para preguntarnos si la Iglesia está realizando bien la labor que hemos descrito: ¿es ella, en nuestro tiempo y en nuestra diócesis, un buen signo e instrumento de salvación? Hoy, ¿la Iglesia es capaz de manifestar el misterio que porta a lo largo de la historia? Para dar respuesta a esta pregunta es necesario y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones y su modo de ser y estar. El hombre, que hoy mira a la Iglesia, necesita respuestas, caminos, esperanza, vida, …. Mira con desconfianza y critica la evolución del tema ecuménico, la incorporación del laico en la vida y las tareas de la Iglesia, la colegialidad episcopal, el ejercicio de la autoridad y de la disciplina, la falta de acogimiento al que llega «desde fuera», pero al mismo tiempo quiere conservar lo que ha descubierto que le da vida y quiere volver a encontrarlo y desarrollarlo, es decir, desea volver a vivir con mayor intensidad el mandamiento del amor. Además, se aprecia una carencia de habilidades comunicativas en un mundo que ha hecho de esto un punto clave de la articulación social. Se piensa que, en ciertos ámbitos, la Iglesia se ha ido quedando muda.
La razón de ser de la Iglesia Diocesana es, en primer lugar, que cada persona crezca en el conocimiento de Cristo y le sigan revestidos de su Espíritu. En segundo lugar, ser toda ella un signo del Amor. Y, viviendo en el Amor, por la participación de todos, cada uno según sus posibilidades, trabajar en la construcción del Reino de Dios. La recompensa es entrar en la intimidad de Jesucristo, llenar la vida de sentido y participar, ya, desde ahora, en el Reino de Dios que ya está entre nosotros. La Iglesia Diocesana es la comunidad de los renovados en Cristo que viven bajo el signo del Amor, son instrumentos del Amor y aportan caridad y misericordia.
Sam Juan Pablo II presenta al Espíritu Santo como el protagonista de la misión de la Iglesia y el papa Francisco señala que la Iglesia necesita “evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma” Se impone, pues, para evangelizar, una conversión permanente a la persona del Espíritu Santo. Evangelizar significa proclamar la Buena Nueva de la salvación, anunciar a Jesucristo, que es el Evangelio de Dios. El anuncio del Evangelio constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Esta realidad íntima de nuestra Iglesia Diocesana necesita ser conocida, acogida, creída y vivida por los diocesanos, las comunidades y los grupos eclesiales.
Dentro de la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones, el pasado jueves 21 de octubre, visitó un grupo de catequesis de comunión de nuestra parroquia Santa Joaquina de Vedruna, la Hermana Ana María Soria (Carmelita Vedruna). Nos contó su experiencia como misionera en la Amazonía peruana, en la Ribera del río Ucayali donde hay más de 200 poblados. Nuevo S. Juan es uno de ellos donde ha estado instalada durante 3 años.
Desde allí, ha estado realizando algunos proyectos como agricultura, enfermería y corte y confección entre otros. Los niños estuvieron atentos a las imágenes y haciendo preguntas. La humilde iglesia donde se reunían como una gran familia, los nuevos y acogedores hogares hechos con mucho esfuerzo pero con ilusión, las telas y prendas cosidas por ellos mismos para cubrirse durante los periodos de mayor frío o incluso la sencilla pero emotiva merienda con la que celebraban la Navidad, nos dijo la hermana.
Gracias a sus palabras aprendimos que l@smisioner@s, no sólo tienen que llevar la PALABRA DE JESÚS allá donde van, sino que también la tienen que expresar con sus OBRAS Y ACCIONES y de una manera especial con los pobres.
Para celebrar el Año Jubilar hemos de inspirarnos en la tradición bíblica del Jubileo: conocer sus raíces y el significado que tenía la institución para el pueblo de Israel. El Año Jubilar procede de una etimología latina: palabra latina jubilaeus, que significa gozo, júbilo, alegría desbordante. Por lo tanto, es un acontecimiento gozoso. Esta palabra latina fue utilizada por san Jerónimo para traducir un término hebreo, que se pronunciaba de forma muy semejante. La palabra en cuestión es yobel que designaba a un cuerno que se hacía sonar al principio de algunas fiestas, y muy especialmente al inicio del Año Jubilar. Así, pues, de yobel se pasó al jubilaeus, de donde viene nuestra palabra «jubileo».
Jesús comienza su misión con un discurso inaugural muy breve pero de gran fuerza. “Desenrolló el libro y encontró el lugar donde se dice: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos y el regreso de la vista a los ciegos, para dejar a los oprimidos en libertad, y proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los ojos en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces empezó a decirles: Hoy se cumple esta Escritura para los que escuchan” (Lucas 4,17-21).
Con estas palabras: “Hoy se cumple esta escritura en quienes la escuchan”, Jesús estaba anunciando que él era el ungido y enviado para llevar la Buena Noticia a los pobres, liberar a los cautivos y dar la vista a los ciegos. ¡El tiempo de la gracia del Señor había llegado! Así, este año se nos invita a ser agentes evangelizados y evangelizadores de la Buena Noticia del Reino de Dios, trayendo la misericordia de Dios a los pobres, los ciegos y aquellos que son prisioneros del materialismo del mundo.
No olvidemos que, ayer, hoy y siempre, el programa de la Iglesia es el anuncio de Jesucristo y de su Evangelio de Salvación. Pero para poder ser fiel a la misión recibida, nuestra Iglesia diocesana ha de tener en cuenta a los hombres y las mujeres de cada época, así como las circunstancias y las necesidades del momento en que vive y lleva a cabo su misión. Por ello, a la vez que nos preparemos para el Jubileo y lo celebremos, queremos discernir juntos los caminos para la misión en el presente, en un proceso sinodal de oración y de reflexión, personal y comunitaria. Se trata de ponernos a la escucha del Señor, de abrirnos a la moción del Espíritu Santo y de atender a los deseos y gemidos de nuestros contemporáneos para descubrir el plan de Dios, los caminos que Él nos indica para ser sus discípulos misioneros, aquí y ahora.
En la Carta pastoral de nuestro obispo, con motivo del Año Jubilar diocesano por el 775º de la sede episcopal en Segorbe 1247-2022, nos sugiere las siguientes acciones para preparar y vivir el Año Jubilar
Volver nuestra mirada a Dios para abrirnos a su presencia amorosa y providente en nuestra Iglesia diocesana, ayer, hoy y siempre. Necesitamos avivar la fe, la esperanza y la caridad. Dios nos precede y acompaña siempre; somos su Iglesia, somos su obra.
Profundizar en la alabanza y en la acción de gracias a Dios Padre, fuente de todo bien personal y comunitario.
Hacer memoria agradecida a Dios de nuestra historia personal en nuestra Iglesia diocesana: la fe, el bautismo, la vocación, los carismas…
Cultivar el encuentro personal con Jesucristo vivo en la oración, en su Palabra, en la Eucaristía, en su Iglesia, en los pobres y necesitados, en los hambrientos y sedientos, en los enfermos…
Pedir el don de la conversión personal y comunitaria para restaurar la comunión con Dios y con los hermanos.
Cultivar el mandamiento nuevo del amor, la comunión cristiana de bienes y la dimensión social de la fe.
El pasado sábado, 18 de septiembre, nuestro obispo D. Casimiro López Llorente nos presentó su Carta Pastoral con motivo del Año Jubilar Diocesano por el 775 º aniversario de la creación de nuestra diócesis de Segorbe (1247-2022) por el Papa Inocencio IV, mediante la bula Pie Postulatio, de 12 de abril de 1274. Que ratificaba una anterior de Inocencio III y reconocía la jurisdicción real del Obispo sobre la Ciudad de Segorbe. Ya en el siglo XX, por disposición del Papa Juan XXIII, mediante la bula Illas in Ecclesia, catholica urbes de 31 de mayo de 1960, la diócesis pasará a llamarse Diócesis de Segorbe-Castellón, manteniendo la Catedral de Segorbe como sede episcopal.
Para celebrar debidamente esta efeméride y aprovechar espiritual y pastoralmente este acontecimiento, D. Casimiro solicitó al Papa Francisco la concesión de un Año Jubilar diocesano con la posibilidad de ganar Indulgencia Plenaria, lo que nos ha sido concedido con fecha 8 de junio del presente año. El Año Jubilar comenzará el 12 de abril de 2022 y será clausurado el 16 de abril de 2023, Domingo de la Divina Misericordia.
El jubileo diocesano es un Año de gracia de Dios para hacer memoria agradecida del pasado, de purificación y renovación personal, comunitaria y pastoral en el presente que nos aliente a salir a la misión, con la fuerza del Espíritu Santo, para llevar a todos la alegría del Evangelio.
Este año jubilar será nuestro momento para:
Dar gracias a Dios por el don de nuestra Iglesia diocesana y por tantos dones recibidos de Él a lo largo de estos siglos y pedir perdón por nuestros pecados e infidelidades;
Favorecer la conversión personal y comunitaria para que se avive la fe y vida cristiana de cuantos formamos esta Iglesia
Propiciar la conversión pastoral y misionera de nuestra Iglesia diocesana en sus miembros y comunidades.
Fortalecer la comunión eclesial y nuestra pertenencia e identidad diocesana
Caminar juntos (sinodalidad) favoreciendo la corresponsabilidad de todos en la vida y misión de nuestra Iglesia diocesana, según la propia vocación, ministerio y carisma, para ser una Iglesia ‘en salida’, evangelizada y evangelizadora.
Este Año, acogido y vivido como gracia del Señor, nos ayudará a avivar nuestra fe y vida cristiana en el encuentro con Cristo, al examen de conciencia y la purificación de nuestras faltas y pecados, de nuestras tibiezas e inercias, a crecer en la santidad y en la comunión diocesana, a sentir la Iglesia diocesana como nuestra a fin de mejor amar y servir a nuestra Madre, la Iglesia de Segorbe-Castellón.
Por una Iglesia Sinodal: Comunión, Participación y Misión
El 16 de octubre de 2021, el Papa dará inicio a un camino sinodal de tres años de duración, que estará articulado en tres fases (diocesana, continental y universal), compuesto por consultas y discernimiento, que culminará con la Asamblea de octubre de 2023 en Roma. Para concretar y hacer visible esa sinodalidad el próximo Sínodo de los Obispos se celebrará, no sólo en el Vaticano sino también en cada Iglesia particular de los cinco continentes, siguiendo un itinerario de tres años articulado en tres fases, hechas de escucha, discernimiento, consulta.
La apertura del Sínodo tendrá lugar en la Diócesis de Segorbe-Castellón el sábado 16 de octubre en la concatedral de Santa María a las 11h, con la celebración de la eucaristía, presidida por nuestro obispo D. Casimiro López Lorente, con ello se iniciará la primera fase del sínodo: la escucha de la totalidad de los bautizados. Para llevar a cabo este objetivo la Secretaria del Sínodo nos remitirá a nuestra parroquia un documento preparatorio, acompañado de un cuestionario con propuestas para realizar la consulta. El mismo texto se enviará al resto de todas las instituciones eclesiales, movimientos de laicos, universidades católicas y Facultades de Teología.
D. Casimiro ha nombrado a D. Miguel Abril, vicario de pastoral, como responsable diocesano que acompañará la consulta en las parroquias de nuestra Diócesis. A su vez los responsables diocesanos tendrán un coordinador nombrado por la Conferencia Episcopal Española (CEE), que coordinará los trabajos en las diócesis con la Secretaría General del Sínodo. El discernimiento diocesano culminará con una «Reunión Pre-Sinodal» al finalizar la consulta. Las contribuciones se enviarán a su propia Conferencia Episcopal, en la fecha que ésta determine.
Esta primera fase finalizará con una asamblea de la CEE para escuchar lo que el Espíritu ha suscitado en las Iglesias que se les ha confiado y hacer una síntesis de las aportaciones. La síntesis se enviará a la Secretaría del Sínodo, así como las contribuciones de cada Iglesia particular. Todo esto se hará antes de abril de 2022. Una vez obtenido el material, la Secretaría General del Sínodo elaborará el primer Instrumentum Laboris, que servirá de esquema de trabajo para los participantes en la Asamblea del Vaticano y que será publicado en septiembre de 2022 y enviado a las Iglesias particulares.
A finales de 2022, dará comienzo la segunda fase del Sínodo: diálogo y discernimiento. En esta fase se llevarán a cabo los trabajos de un nuevo discernimiento sobre el texto del Instrumentum laboris, a la luz de las particularidades culturales de cada continente. En el mes de septiembre de 2022, cada continente nombrará un responsable que actuará como referente con los propios Episcopados y la Secretaría del Sínodo. En las Asambleas Continentales se elaborará un documento final que se enviará en marzo de 2023 a la Secretaría del Sínodo. Paralelamente a las reuniones continentales, también deberán celebrarse Asambleas Internacionales de especialistas, que podrán enviar sus contribuciones. Por último, se redactará un segundo Instrumentum Laboris, que se publicará en junio de 2023.
En octubre de 2023, entraremos en la última fase del Sínodo: Los obispos del Mundo en Roma.
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